Hace unos días cumplí 40, los días previos escuché cosas como “Patri, que ya se acerca”, “Qué son 40, cómo lo vas a celebrar”, “Qué, cómo lo llevas…” Y yo, si te digo la verdad, este año no tenía nada de ganas de celebrar.
Y le he estado dando vueltas a esto y no tiene nada que ver con el número, no me ha invadido la crisis de los 40, no. Esto tiene más que ver con mi situación personal, creo que lo de ser mamá divorciada me ha hecho acercarme a los 40 con muy pocas ganas.
Un divorcio a la vida es como un terremoto a la tierra, pero de esos terremotos de más de 7.0 en la escala de Richter.
Y es que una se hizo unas expectativas, se imaginaba que su vida iba a ser de otra manera y con el paso de los años he aprendido que las expectativas a veces hacen mucho daño. De ese daño que te descoloca y te hace pensar “y ahora qué”.
Porque yo no me imaginaba con 40 años sacando adelante sola a mis dos hijos, sin la corresponsabilidad del otro progenitor, remando a contracorriente frente a un sistema que no tiene la intención de ponértelo fácil y una sociedad que espera que llegues a todo.
Qué pasa con las expectativas? Las expectativas son castillos de colores que has creado en tu mente y después viene la vida y te da una de esas hostias de realidad en forma de divorcio y necesitas tu tiempo para encajarla. Toca reordenar todos esos pensamientos de cómo creías que iba a ser tu vida.
Y desde que cumples los 39 la gente te recuerda que ya te queda nada para los 40 y tu piensas que con 40, y tras el divorcio, quién se va a fijar en ti, porque aunque digan que los 40 son los nuevos 20 tu cuerpo no lo sabe. Con tus peques de la mano te ves corriendo del cole a las extraescolares, haciendo cenas e intentando tener tu casa como Dios manda.
Yo, en este último año, he tenido muchas veces la sensación de volver a estar en la casilla de salida de una partida de parchís, sabes a qué me refiero? Tú lo has sentido alguna vez?
Con todo esto llegó el día de mi cumpleaños y mi hijo me recordó que me estaba haciendo mayor, menos mal que lo quiero mucho, luego lo intentó arreglar con un “pero estás muy guapa”. Y aunque yo no tenía muchas ganas de celebrarlo, te tengo que confesar que, lo recuerdo como un gran día, sin grandes celebraciones, en su medida justa, como yo necesitaba.
El día pasó y aunque sigo pensando “a mi edad y así” estoy en paz. Claro que me gustaría estar en otras circunstancias, claro que me gustaría haber tenido menos piedras en el camino, que en algún momento hubiera sido un poco más fácil, pero a mi edad miro atrás y me siento en paz conmigo misma y eso, amiga, a los 40 no tiene precio.
Con el divorcio he aprendido que las expectativas muchas veces hay que reformularlas, que hay que adaptarse a las circunstancias que se nos presentan para encontrar las mejores soluciones. Y también he aprendido que está bien permitirse de vez en cuando cagarse en todo (perdón mamás si estás leyendo esto, pero hablar “mal” a veces sienta muy bien).
No se si dejaré de pensar “a mi edad y así”, pero ahora que ya he pasado la barrera de los 40 lo pienso con más calma, con ganas de poner el foco en mí, de cuidarme, de empezar a priorizarme un poquito y de disfrutar a mi manera. Tú me entiendes, verdad?